El Mindfulness: uno de los caminos al Sosiego Emocional
- Yone Alvarez Boccardo

- 16 jul
- 4 Min. de lectura
1. El Desasosiego como umbral del Despertar

El refugio del Ser en el Yo es quizás el mayor reto de la vida humana.Nuestra salud mental no suele parecer un dilema...Hasta que el vacío nos visita.Hasta que la soledad existencial nos abraza con su frío.Hasta que una tristeza sin nombre o el silencio hueco de estar “muertos en vida” nos alcanza.
Hasta que los brotes psicóticos, la ansiedad que desborda, el consumo desmedido de sustancias, la disolución del pensamiento, los ataques de pánico o el miedo paralizante nos empujan al abismo.
Sea cual sea la forma que tome el desasosiego en nosotros, siempre nos confronta con las mismas preguntas:
¿Dónde encuentro mi centro cuando todo se desmorona?
¿Dónde encuentro el sosiego cuando parece no haber esperanza ante mi sufrimiento?
Vivimos en una cultura que nos enseña a caminar en línea recta, a seguir el ABC de la existencia, a cumplir, producir y aparentar.
Pero cuando la vida nos tuerce los caminos y nos lleva a sus laberintos, o cuando la desesperanza nos toma del cuello y nos amordaza contra el suelo, allí es donde aparece el verdadero umbral:Dejar de parecer porque no habrá mejor remedio que empezar a Ser.
¿Quiénes somos frente al dolor?
¿Cómo nos encontramos con él, cuando ya no hay lugar donde huir?
En mi práctica clínica, me encuentro cada día con distintas formas de sufrimiento. Son múltiples los rostros del dolor… pero hay un punto común en todos ellos:la dificultad para sostenerlo, digerirlo, integrarlo y transformarlo.Y es allí, en ese terreno íntimo y delicado, donde el trabajo terapéutico comienza a germinar. Mientras se teje el vínculo entre paciente y terapeuta, mientras el analista ofrece un cobijo psíquico para contener lo innombrable, algo más profundo empieza a ocurrir:El Ser pide permiso para emerger.Y con él, la necesidad de encontrar herramientas internas —y no solo externas— para sostenerse en el mundo.
2. El vacío estructural: lo que la cultura no enseña

Hay algo profundamente laberíntico en nuestra forma de educar.
Se nos enseña a memorizar fechas, fórmulas, reglas gramaticales, algoritmos, procesos.
Pero no se nos enseña a dejarnos sentir y mucho menos a sostener lo que sentimos.
No se nos instruye en cómo acoger la tristeza sin disolvernos,cómo transitar la rabia sin destruir al otro,cómo habitar el miedo sin quedar atrapados en él.
El mayor cáncer de nuestra cultura global es haber relegado —por generaciones— el entrenamiento emocional a la sombra del olvido. No porque no importe, sino porque nunca se ha dado la atención necesaria a cómo enseñarlo.
Nos hicimos grandes sin saber digerir el dolor.Y hoy, muchos adultos caminan por la vida cargando heridas emocionales no procesadas que les fueron heredadas, no sólo por sus padres, sino por un sistema entero que no supo nutrirlos en lo esencial.
¿Hasta cuándo seguiremos culpando a cada padre o cada madre, a cada complejo de Edipo, caso por caso, sin mirar con honestidad el diseño estructural que nos ha traído hasta aquí?
La verdadera transformación comienza cuando nos atrevemos a romper esa cadena. Cuando decidimos —con humildad y decisión— enseñarle a nuestros hijos lo que ni nuestros padres ni nuestros maestros pudieron enseñarnos:
¿Cómo estar presentes en medio del dolor sin fragmentarse?
¿Cómo respirar en la tormenta sin perder la raíz?
Los procesos terapéuticos no pueden sostenerse como relaciones de dependencia eterna. Como psicólogos, como terapeutas, como coaches, como guías del alma, estamos llamados a algo mucho más alto:
acompañar a los otros a recordar su poder,enseñarles a sostener su mundo interno, y ofrecerles recursos para que puedan vivir con autonomía emocional y dignidad espiritual.
3. El mindfulness como herramienta de autogestión emocional y sosiego

Una de las herramientas más hermosas —y a la vez más poderosas— que he encontrado en el camino de mi vida, es la práctica meditativa.
En los últimos años, hemos visto cómo el término mindfulness ha ganado terreno en hospitales, escuelas, empresas y espacios terapéuticos. Pero detrás de esta palabra postmoderna, vive un principio milenario instruido por grandes Maestros de la humanidad:
La capacidad del ser humano para habitar el momento presente y encontrar refugio en su propio centro.
La meditación, cuando es comprendida con profundidad, se convierte en un instrumento de construcción de nuestro refugio interno donde el dolor puede ser sostenido sin juicio y alquimizado, transmutado, transformado, procesado, integrado, sanado y trascendido. Habilita la creación del espacio interno donde las emociones dejan de ser tormentas que arrasan, y se pueden transformar en mensajeras que guían.
A lo largo de mi experiencia clínica, he sido testigo de cómo, incluso en los procesos más complejos (personas con ideación suicida, brotes psicóticos por abuso de sustancias, entre otros), cuando el paciente aprende a respirar, a observar, a no huir de lo que siente y darse el tiempo y el espacio para asirlo desde dentro (no sólo dialogando en el espacio terapéutico), algo comienza a ordenarse dentro de él.
No ocurre por magia, sino porque se establece una relación distinta con la vida y consigo mismos: es menos reactivo, y está más presente; se vuelve menos evasivo, y asiste a contemplar sus emociones más sublimes, más oscuras, más íntimas.
El mindfulness, la visualización guiada, la meditación expedita, no son soluciones rápidas. No son pastillas mágicas. Son una vía de refinamiento interno que ayudan a despertar la conciencia emocional, a nutrir el diálogo interior, y a cultivar la sabiduría que habita en el silencio.
Con ellas, aprenderemos a pasar del ruido a la música interna. Porque el sufrimiento no se elimina, se transforma. Y para transformarlo, hace falta mirar, sentir, habitar.
El mindfulness nos recuerda que podemos hacerlo. Nos da un suelo cuando el suelo emocional parece ausente. Nos devuelve el aliento cuando el miedo nos paraliza. Nos entrena en la pausa, en la compasión, en la presencia.
Hoy más que nunca, necesitamos recuperar esta herramienta en nuestras consultas, en nuestros hogares, en nuestras escuelas, en nuestras empresas. No como una moda, sino como un puente entre la salud mental, la espiritualidad y el alma.
Quizás no podamos cambiar el mundo de un día para otro, pero sí podemos enseñarle a cada persona a volver a sí misma. Y cuando eso ocurre es una revolución silenciosa. Una revolución que comienza… con una inhalación consciente.



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