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Cuidar de nuestro Iceberg...

Actualizado: 31 jul

Salir de la profundidad de nuestro Mar, para construirnos un hogar frente a la Orilla…


La Consciencia Flotante
La Consciencia Flotante

El dolor.


El dolor es la experiencia más pura y directa de lo sagrado cuando irrumpe en la estructura humana. Rompe. Agrieta. Marchita. Atrinchera. Desangra lo que estaba edificado.


Duele y sangra.

Duele y sangra.


El dolor psíquico, a su vez, es la expresión de un exceso que nos traspasa. Una fuerza que no puede ser representada ni metabolizada naturalmente. No cabe en palabras, ni en símbolos. No encuentra cauce. Y entonces, duele.


¿Pero por qué duele tanto?


Porque esa fuerza —que nace de un evento, un trauma, un vacío, un accidente— atraviesa la mente como un meteorito en llamas. El aparato psíquico no puede decantarla, y el Yo no logra alojarla ni digerirla naturalemente. La mente no posee los referentes, los símbolos, ni las herramientas para asimilar eso que ha irrumpido, no enaja en nuestro rompecabezas.


Y se desborda, el dolor se desborda por las rendijas de nuestra mente y como síntoma psíquico (o físico) se hace presente.


Wilfred Bion diría que no hay función alfa capaz de transformar ese “elemento beta” en un pensamiento. Entonces se convierte en materia prima sucia que nos intoxica desde adentro.


El Yo, desbordado, encapsula esa experiencia en lo más profundo —como lo describió Freud con la represión— formando un núcleo enquistado que, tarde o temprano, busca salida a través del síntoma.


Como la fuerza ha generado una contrafuerza -toda causa genera un efecto, cuya magnitud es al menos equivalente en potencia-, hasta que no se balancee una con tal, quedará reverberando dentro y fuera del campo psíquico, dentro y fuera del campo psíquico generando ese síntoma inconsciente.  


Ese grito del inconsciente, esa queja ante el dolor, en su repetición trata de encontrar una vía automática para lograr la elaboración de aquel hecho.


Freud: La metáfora de la mente como Iceberg
Freud: La metáfora de la mente como Iceberg

Si tomamos la metáfora de la psique de Freud, cada persona se encuentra flotando en el propio Iceberg de su Consciencia, deambulando por las corrientes de un océano de experiencia.

 

El dolor deja una huella, una grieta en nuestra Consciencia.  La consciencia —que viene a ser la punta visible de ese Iceberg— intenta sostenerse a flote mientras debajo, en las profundidades del inconsciente, la herida sigue reverberando.


Para Freud el Inconsciente era personal y se limitaba a esa piedra helada, sumergida en unas aguas a las que no acusaba investigar directamente con interés.


Pero ¿y qué es ese océano en que estamos habitando? ¿qué es ese espacio inmenso en el que todos estamos flotando y acompañándonos?


Jung intentó ser escuchado en los pasillos subterráneos de un psicoanálisis que se estaba gestando. Pero la teoría incipiente habría requerido mirar el océano tanto o más que a la estructura helada, así que era más sencillo “desterrarla”, reprimirla (ni acusaron su presencia) y renegarla (sabían que estaba allí el agua pero suponían que era irrelevante).


¡Qué suerte que Jung tenía su propio Iceberg!


Y con este, creó un cuerpo teórico-técnico que hoy nos ayuda a saber qué es ese océano en que flotan cada uno de nuestros Icebergs. Esas aguas comunes a todas las consciencias personales.


El Inconsciente Colectivo, viene a ser ese mar que abarca el océano compartido, arquetípico y universal, poblado por símbolos, dioses, mitos, héroes, traumas y memorias de tantas vidas.


En ese océano se construyen “los mayas”, todos los referentes y cuerpos de creencia compartidos, aquellos que nos preceden y que hoy nos impactan, aquellos que estamos alimentando con nuestras propias psiquis y que en un futuro serán el espacio abstracto en que navegarán las nuevas consciencias humanas.


El cuerpo de conocimiento tal cual lo conocemos habita acá, en este ilimitado espacio.


Y allí flotan todos los arquetipos que estructuran nuestras psiquis: el Héroe, la Madre, el Sabio, el Huérfano, el Guerrero, el Amante, la Curandera y más. ¡No sólo el Complejo de Edipo y el mito de la constitución de nuestro Narcisismo que también tienen configuración arquetipal!


El arquetipo de Venus
El arquetipo de Venus

Allí también habitan los misterios que aún no sabemos nombrar. Potencialmente todas las otras consciencias (elementales de la naturaleza, animales, etc.) y otras dimensiones ajenas a nuestra comprensión 3D, lo que llamamos nuestra existencia multidimensional (más allá de este espacio y tiempo presente).


Ese mar es real.


Y cuando el dolor rompe el iceberg, nos obliga a mirar hacia abajo, justamente hacia esa profundidad. Nos confronta con la infinitud y nuestra limitada comprensión de nuestra existencia. Nos confronta con nuestras sombras y nuestros dioses, con nuestros límites y nuestras potencialidades.


El Yo, tan humilde y tan vital, es el guardián de ese iceberg. Por eso su presencia y cuidado es tan fundamental. Es el contenedor del Iceberg, la piel mental.


Y su tarea no es eliminar el dolor inmediatamente, sino aprender a cuidarse mientras aprende de él y logra alquimizarlo, digerirlo y transformarlo.


La huella psíquica del dolor
La huella psíquica del dolor

Como decía Winnicott, el verdadero Self necesita un entorno suficientemente bueno para emerger.


Y si el individuo apenas tiene su propio Iceberg para navegar por ese océano ilimitado, vasto y atemporal, donde cohabitan dioses y ángeles, pero también criaturas temibles y funestas (por ello la psicosis encuentra sus símbolos comunes en ese imaginario colectivo), lo mínimo -que es una máxima- que necesita para respirar es aprender a navegar fluido y limpio con su propio Iceberg.


Mientras el Yo respira ese dolor, experimenta y se expande, debe cuidarse, atenderse, sanarse, fortalecerse para asomar la nariz flotante.


Y si es suficientemente fuerte y ágil, recibe unos rayos de sol, y sale caminando hacia adelante, a las orillas del Olimpo donde el dolor ya no se teme, donde se construirán los templos de los seres que quieres individuarse e iluminarse: con su fuerza, su valor, con su honor, con su ética, con su motor, con lo que lo hace punto y aparte.


Y te pregunto amado lector ¿Dónde sientes la grieta en tu iceberg?



 
 
 

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